Performance de Santiago Cao realizada durante el festival Internacional de Performance “Cita a Ciegas”.
9 de febrero de 2009. Cusco, Perú.
Edición del vídeo: Mariana Corral y Santiago Cao
9 de febrero de 2009. Cusco, Perú.
Edición del vídeo: Mariana Corral y Santiago Cao
Performance. Duración aproximada: 3 horas
Video. Duración: 7:11 minutos
(Para ver los registros fotográficos de esta Performance, hacer click sobre la foto) Registro Narrativo: Por versão em português, siga o link: http://santiagocao.metzonimia.com/peso-pt La ciudad de Cusco es prueba tangible de cómo una cultura ha oprimido a otra. No solo en el presente, sino también en su pasado. Esto se puede apreciar en la arquitectura, donde los antiguos cimientos del período Incaico se encuentran físicamente bajo el peso del período colonial Español. Transitando por sus calles se observa cómo, desde la base hasta poco más de dos metros de altura, las construcciones están hechas de grandes piedras cortadas en más de 4 ángulos (7,8,10, etc) logrando que en caso de sismos las piedras se reacomoden sin derrumbarse la construcción. Estas piedras, típicas del estilo arquitectónico Incaico, pertenecen a la antigua ciudadela Inca que fuera dominada por los conquistadores españoles, los cuales -destruyéndola en gran parte- han utilizado sus firmes cimientos para construir desde allí para arriba con adobe. Se puede observar entonces, de manera estructural y simbólica, cómo una cultura ha oprimido a la otra, convirtiéndose todo aquel baño de sangre producto de las guerras pasadas, en un atractivo turístico que nada de esto hace mención. Pensando en el peso de la historia que posee esta ciudad, inicié la acción arrastrando una maleta de cuero verde (de unos 30 kilos aproximadamente) desde la “Piedra de los 12 ángulos” hasta el Templo de la Luna, ubicado dentro del Qorikancha (antiguo templo Inca), distante unas 7 cuadras de allí. Durante el recorrido fui pidiendo a las personas que transitaban por la calle que me ayudaran a arrastrarla. Una vez llegado al lugar de destino me quité el calzado y desnude mi torso. Abrí la maleta y saqué de su interior piedras que los días anteriores había ido recogiendo de las calles de Cusco. Apilándolas una al lado de la otra construí un pequeño muro de unos 80cms de largo y 40cms de alto. Al finalizar, con una hoja de afeitar comencé a realizar cortes en mi mano izquierda dejando gotear la sangre sobre las piedras que conformaban el muro, con la intención de Inhabilitar la mano; la mano que da, la que quita; la que empuña el arma. Saqué una botella con chicha (bebida a base de maíz fermentado que se utiliza tradicionalmente en la cultura de los andes, tanto en los rituales -a modo de ofrenda- como también durante las fiestas populares) y la serví en un pequeño vaso de vidrio. Luego de brindar extendí el vaso en dirección a las personas presentes en el lugar y vertí sobre mi mano esta bebida lavando de este modo mis heridas sobre las piedras. Me serví otro vaso y luego de tomar un trago, derramé el resto sobre las rocas a modo de un "brindis" con el muro. Serví mas chicha e invité uno a una a que se acercaran y repitieran la acción de beber un poco y derramar el resto sobre las rocas. De esta manera, al finalizar la chicha, ya no quedaban rastros de sangre. Poco a poco, uno a una, fuimos –a través de la acción de brindar- limpiando entre todos la sangre presente, como si a través de este acto simbólico pudiéramos limpiar la sangre derramada en cada muro construido a lo largo de la historia. Pero como un rito, a diferencia del ritual, implica un nivel de compromiso mayor y –en tanto acto fundante- un paso de un nivel de conciencia a otro, me plantee no solo el accionar para el contexto y su historia, sino también para mi propia historia y su peso. Por este motivo, decidí traer al presente, es decir, actualizar, una situación pasada que había vivido como dolorosa y traumante y cuyos efectos seguían afectándome en mí día a día. Ese recuerdo databa del momento en que mi padre, habiéndose separado de mi madre, abandonaba la casa donde vivíamos. En mi recuerdo, evitando que él se fuera, mientras mi hermana se abrazaba fuertemente a una pierna, yo hacía lo propio con la otra dificultándole su andar. Al llegar a la puerta, la abrió y como si de dos abrojos nos tratáramos, nos despegó de su cuerpo. Atravesó la misma y cerrándola tras de sí, nos quedamos mirándola esperando que sucediera lo que nunca sucedió. Tristes, llorando, nos fuimos al cuarto de mi madre a ver la televisión. Con este recuerdo en mi vida, su influencia había marcado en mí un sentimiento de abandono que ante cualquier posibilidad de ser nuevamente abandonado por otra persona, activaba una defensa inconsciente que me preparaba para una pronta huída. Este trauma fue evolucionando con los años llegando al punto de que, tras cualquier tonta discusión con una pareja, por temor a ser abandonado, proponía rápidamente dar por terminada esa relación. Grande era mi sorpresa cuando la otra persona me decía que era estúpido terminar una relación a causa de una discusión tan vana. Aliviado al saber que la discusión no había generado en el otro el deseo de abandonarme, continuaba feliz un tiempo más. Al presentárseme en Cusco esta oportunidad de poner a prueba algunas cuestiones que había leído en un libro de Jodorowsky sobre la Psicomagia, cansado de arrastrar este pesado acontecimiento a lo largo de mi vida, fue que decidí pasar del ritual al rito y, luego de haber construido el muro de piedras, antes de realizar los cortes en mi mano me arrodille y apoyando la frente sobre el mismo decidí traer el recuerdo a ese espacio generando desde la acción un nuevo lugar para él. Con los ojos cerrado visualicé a mi padre caminando torpemente hacia la puerta sólo que esta vez, al llegar, en vez de alejarnos de su cuerpo nos miró y dijo «¿Ehhh por qué tanto escándalo? Si yo ya regreso”». Acto seguido, con mucho amor abrió nuestros brazos liberándose y liberándonos en un mismo instante para luego atravesar la puerta cerrándola tras de sí. Nos quedamos mirándola. Desde nuestra perspectiva de niños, la manija allí arriba seguía inmóvil. Pero segundos después la misma giró sobre su eje y la puerta volvió a abrirse viendo a nuestro padre entrar al tiempo que nos decía «¿Vieron que regresaba?» Emocionado, abrí los ojos y despegué la frente de esas piedras que me habían contenido en el recuerdo actualizado. Al cortarme la mano en ese momento, algo distinto a lo planeado había cambiado. Ya no solo estaba des(Velando) -quitando el Velo- a la sangre que -derramada durante la conquista- era estetizada bajo la mirada del turista que transitaba día a día las calles de Cusco. En ese momento la sangre se tornó ofrenda, agradecimiento, liberación. Y el brindis con los presentes, una limpieza colectiva del propio peso de mi historia. Pasaron los días, las semanas, y cuando al regresar a Buenos Aires, casi un mes después, me tomó por sorpresa un fuerte dolor en el estómago, me dirigí a la guardia de un hospital. Llevaba dos días en esta ciudad y tras mucho insistir, conseguí que los médicos me prestaran la debida atención. Luego de una ecografía, me dijeron «No te pongas nervioso con lo que te vamos a contar, pero vas a tener que operarte lo antes posible. Hemos encontrado piedras de gran tamaño en tu vesícula biliar, y si no las sacamos rápidamente corres un serio riesgo de salud». “Mi vesícula estaba enferma”, fue lo que me dijeron, y había que extraerla para salvarme. Una amiga cuya visión del cuerpo y sus síntomas parte desde la salud y no desde la enfermedad, luego de que viera las fotos y el video de esta performance me dijo «Santi, vos cargabas en la maleta el peso de la historia de cusco y por medio de un actor ritual psicomágico, lograste materializar el peso de tu propia historia en las piedras que estás cargando ahora en tu cuerpo. Sólo tenés que buscar la manera de sacarlas de allí y te aliviarás de ese peso. Tu vesícula no está enferma. Tu cuerpo se está sanando a través de ella» “la sangre del artista -que brota de las heridas causadas por la misma acción- deviene una ofrenda real y simbólica del dolor propio (…)”[1] a la vez que del dolor colectivo, de la historia. [1] Fragmento extraído del libro “Escenarios Liminales: teatralidades, performances y política” de Ileana Diéguez Caballero. Ed Atuel. Buenos Aires. 2007 |