Instalación Performática de Santiago Cao
Festival MOLA (Mostra Osso LatinoAmericana de performances urbanas).
28 de Septiembre de 2010. Salvador de Bahía, Brasil.
Registros fotográficos por Juan Montelpare.
Agradecimientos a Tuti Minervino, Rose Boaretto, Cacá Faría, Larissa Ferreira y Roberto Carlos Ruiz
Festival MOLA (Mostra Osso LatinoAmericana de performances urbanas).
28 de Septiembre de 2010. Salvador de Bahía, Brasil.
Registros fotográficos por Juan Montelpare.
Agradecimientos a Tuti Minervino, Rose Boaretto, Cacá Faría, Larissa Ferreira y Roberto Carlos Ruiz
Registro Narrativo: Por versão em português, siga o link: http://santiagocao.metzonimia.com/pessoa-pt For english version, follow this link: http://santiagocao.metzonimia.com/pessoa-en (nota: “PES(O)SOA DE CARNE E OSSO” es un juego de palabras inventado a partir de las palabras en portugués, Peso, Persona (Pessoa), Carne y Hueso (Osso). Se podría entender como “El Peso de una Persona de Carne y Hueso”)
¿Cuánto pesa la carne? ¿Y cuánto pesa la persona tras la carne en una sociedad que niega y anula a las personas? En la prostitución, mujeres y hombres son meros objetos de consumo. En las empresas no hay personas; solo Recursos Humanos. En la época de la colonia, los esclavos eran tratados como simple mercancía, no como personas.
La propuesta consistió en instalar en la vía pública la estructura de una balanza de 2,50 metros de altura y permanecer ocho horas atrapado dentro de una red de pesca colgando semidesnudo a un metro del suelo. Como contrapeso, 70 kilos de carne y huesos colgando de otra red a escasos metros de mí. Esperando… simplemente esperando ver que sucedía con las personas, mientras mi cuerpo se iba deshidratando y la carne pudriéndose bajo el sol. Elegí como lugar para realizar la acción, la acera de una plaza ubicada en pleno centro económico de la ciudad de Salvador de Bahía, Brasil. Un lugar caracterizado por la polución de bancos, empresas y universidades, y circulado diariamente por un gran número de personas, automóviles y buses. De un lado de la balanza, escrito con carbón, se podía leer PES(O)SOA DE CARNE E OSSO y del otro lado, la pregunta QUE PESA MAS ¿LA PERSONA O LA CARNE? Las ocho horas que iba a permanecer atrapado dentro de la red era una referencia a las 8 horas de jornada laboral en la cual las personas ceden diariamente 8 horas de su vida a un sistema (una red) que les promete tener así dinero para poder disfrutar de las 16 hs restantes de su día. 8 horas diarias de pérdida consensuada de la libertad. Finalizamos de montar la estructura de la balanza a las 9 de la mañana y pedí a los amigos que me ayudaron, que se retiraran lo más lejos posible del lugar evitando de esta manera ser vistos por los transeúntes y por ende, asociados a la acción. Sin nadie a quien preguntar, las personas no tuvieron más opción que acercarse y preguntarme a mí. “¿Qué es esto? ¿Es una protesta o es arte?” “¿Qué es lo que quiere decir?, díganos” fueron algunas de las preguntas que se repitieron con más frecuencia. Y ante cada pregunta, simplemente me limitaba a mirarlos a los ojos en silencio. Pretendía con esto que las personas supieran que los escuchaba, que no los estaba ignorando, estableciendo así una comunicación. Pero al mismo tiempo, al no darles una respuesta verbal, obtenía de ellos y ellas muchas mas preguntas y por ende, muchas respuestas. “Está pagando una promesa”, afirmaban algunos. “El no puede hablar” dijo un hombre, y otro agregó “El solo habla con los ojos”. Incluso hubo una señora que afirmó que yo pertenecía a una religión que no come Buey y que lo que estaba haciendo era exponerme a esa situación para así pagar las culpas de las personas, motivo por el cual muchos me agradecieron. E incluso me pareció escuchar que un hombre se me acerco y pidió que lo bendiga, pero a causa de que habló en voz baja y en portugués, no pude entender bien si fue así o no. Otra persona me tomó de objeto para comenzar a evangelizar a los allí presentes, reapropiándose de la acción. Decía, con voz fuerte y amplios movimientos de sus brazos, que lo que allí estaba sucediendo era la pura verdad! Que las personas estábamos atrapadas en el vicio de la carne. Algunas otras personas me preguntaron sin tenia sed y si quería agua, a lo que respondía moviendo suavemente la cabeza indicando que sí. Bebí de la botella que acercaban a mis labios e incluso algunos me refrescaron el cuerpo ya dolorido y acalorado bajo el fuerte sol del mediodía, dejando caer el agua sobre mi cabeza. Como las horas fueron pasando y la carne perdiendo sus jugos, poco a poco mi persona fue pesando más e inclinándose la balanza hacia mi lado. Un hombre mayor, un viejo, se acercó y me dijo en voz baja “A las 10 de la mañana, cuando pasé, los huesos y la carne pesaban más. Ahora, las 2 de la tarde, que vuelvo a pasar por aquí, veo que usted pesa más. ¿Será que finalmente la sociedad está cambiando?” Mucha gente me rodeaba entonces y los que tenían más tiempo allí, respondían las preguntas que me hacían los que recién llegaban, de manera tal que se armó un debate entre ellos. Una mujer que se abrió paso entre los cuerpos, se acercó con una botella para convidarme agua. Luego de intentar que le respondiera el motivo de mi acción y escuchar que alguien le decía “El lleva muchas horas allí sin hablar con nadie”, me preguntó si quería que me compre algo para comer. Como le indiqué que no con un suave movimiento de la cabeza, preguntó si quería beber más agua ya que podía ir a comprar otra botella antes de seguir su camino. Asentí y ella desapareció por entre las personas. Regresó a los pocos minutos, y mientras me convidaba agua, me preguntó si quería que me liberase. Negué con la cabeza a lo que ella respondió “No puedes seguir estando así bajo el sol. Te puede pasar algo malo. Te voy a liberar” y comenzó a incitar a las personas presentes a que me liberasen. Se formó un debate. Algunos no estaban de acuerdo, decían “No lo pueden bajar, el tiene que pagar su promesa”. Y sucede que para la mayor parte de la población de Salvador de Bahía, con su gran herencia africana y embebida cotidianamente en el culto del Candomblé, lo más próximo para ellos a una performance, es el pagar una promesa a un Orixá. Es lo que tienen visto y entendido. Y generalmente, si algo o alguien rompe la cotidianeidad del día con una acción, asumen esa situación como tal, apoyando en muchos casos, desde la palabra, a quien está ejecutando su pago. Pero la mujer consiguió convencer a los presentes, y mientras varios hombres inclinaban con fuerza la balanza hacia mi lado (ahora “nuestro lado”) acercándome al suelo, ella comenzó a desatar los nudos de la red. Pero como los minutos pasaban y ella no conseguía liberarme rápidamente de allí, pidió un cuchillo “¡Cadé a Faca!” gritó, y algunas personas fueron a buscar por los puestos de comida cercanos. Alguien regreso con una navaja y la mujer comenzó a cortar rápidamente un lado de la red, hasta que el agujero fue ya grande. “Ahora, si quiere, ya puede salir”, dijo. Pero al intentar ponerme en pié, mi cuerpo no respondió. Me dolían mucho las piernas y ante cada intento caía nuevamente al piso. Entonces un hombre me cargó como a un niño. Y yo me dejé cargar sin ofrecer resistencia. Quería dejarme arrastrar por esa masa de gente que me liberaba, dejarme llevar hacia donde ellos quisieran. No mover siquiera los brazos, dejándolos caer al lado de mi torso. Entonces el hombre que me cargaba, tomó mis manos y las llevó a su cuello para que lo abrazara, y así, como si cargara a un niño dormido, me sacó de dentro de la red mientras los demás aún tiraban de la misma y los huesos y carne, en el otro extremo, se elevaban hacia lo más alto posible, casi como si volaran sin peso. Entonces el hombre me llevó a un banco próximo pero las personas comenzaron a gritar que nó, que allí no. Que el banco bajo el sol estaba caliente y que me podía quemar. Entonces me llevó a otro banco bajo la sombra de unos árboles y con suavidad me dejó allí recostado. Mi cuerpo me dolía mucho. Dentro de la red, había intentado perder la conciencia de él, evitando así sus dolores. Pero ahora… cada movimiento era doloroso. Estuve allí por más de 10 minutos, hasta que Juan, mi amigo que había estado fotografiando, se acercó corriendo. Era la única persona de la producción presente en el lugar, y siendo en un momento descubierto por unas mujeres tomando fotos a distancia, había optado por esconderse evitando convertir así la acción en un “espectáculo”. Habíamos hablado ya mucho sobre ello y del “como” a veces la cámara de fotos o video presente en el lugar puede ser asociada a la acción, modificándola. Pero desde donde él estaba, no solo nadie lo veía, sino que tampoco el podía ver nada, llevándose la gran sorpresa, al salir de allí, que una de las redes estaba ya vacía antes de cumplirse las 8 horas pautadas y que un grupo numeroso de personas me rodeaba en el banco. Creyendo que me había desmayado, vino corriendo con agua. Pero su preocupación desapareció cuando nos miramos a los ojos y con un casi imperceptible movimiento del dedo índice, le indiqué que siguiera tomando fotos. Un código que por suerte el comprendió rápidamente. Me dejó la ropa dentro de una bolsa y volvió a desaparecer. Yo seguí un rato mas allí, intentado recuperar el movimiento de mi cuerpo. Una mano se posó en mi hombro derecho. Giré la cabeza y vi a la mujer que había iniciado el proceso de liberación. Se acercó a mi oído desde atrás, y dijo “No sé cual era tu idea, pero si tu propósito era conmover a las personas, lo conseguiste. La gente no puede seguir su camino dejando morir a alguien bajo el sol”. Nos miramos a los ojos y le agradecí, esta vez con palabras. “Gracias”, le dije, y nos tomamos de la mano antes de que ella desapareciera entre las personas. Unos metros más allá, la balanza casi no tenía espectadores. Ya sin mi cuerpo haciendo contrapeso, los huesos y la carne quedaron en el suelo aun atrapados, mientras la red que me había contenido se balanceaba en lo alto, movida suavemente por el viento. Feliz y emocionado con esa metáfora, me vestí y me alejé poco a poco dejando a las personas hablando entre ellas. Una imagen, poco antes de salir de la plaza, me entristeció. Un hombre negro yacía durmiendo en el suelo. Sólo. Con ropas viejas y rotas. Sin nadie alrededor. Invisible para la sociedad. |