- La Letra con Sangre entra

Performance de Santiago Cao realizada junto con Daniel Abaroa, Serena Vargas y Fabiola Morales.
“Cimientos”. 3er Festival de Performance y Accionismo.
1 de junio de 2013
Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño.
Cochabamba, Bolivia.
Registros fotográficos por Antonio Suárez, Diego Martínez, Vicente Lanza Dorado y Oscar Fernández.

Duración aproximada: 2 horas.
(Para ver los registros fotográficos de esta Performance, hacer click sobre la foto)


Registro Narrativo:

Por versão em português, siga o link:  http://santiagocao.metzonimia.com/sangre-pt

A raíz del canon de Belleza impuesto por Occidente a Latinoamérica, las grandes mayorías nos vemos en la obligación de tener que aprender la letra de un discurso que por medio de la educación (tanto en escuelas y universidades, como Religiones, Medios Masivos de Comunicación, revistas de modas, y tantos otros canales) moldean la forma “correcta” de hacer las cosas y la “correcta” forma que los Cuerpos deben de tener, estableciendo jerarquías y patrones donde cuanto más “europeo” menos “indio”, y donde cuanto más blanco y menos marrón o negro, mejor.

Estamos como islas que reciben de la marea de información, la forma correcta que deberíamos Ser; color de piel, de cabello, de ojos, forma de vestirnos y de hablar, de imitar y elogiar la imitación de los otros. Todo un campo de acción y de vigilancia que nos aísla poco a poco de nuestro propio centro. Tanto quienes discriminan como quienes se sienten discriminados forman parte del mismo juego. Es tan necesario el discriminador para el discriminado, como el discriminado para el discriminador. No hay víctimas ni victimarios; sólo es un punto de vista que para aplicarse precisa del consenso de ambas partes. A este Juego jugamos todos en Latinoamérica y quién se aprende mejor la letra gana, aunque al ganar, pierda. ¿Hasta cuándo seguiremos jugando? Si como dicen, la letra con sangre entra, ¿será cuestión de esperar que esa letra con tanta sangre termine de entrar? ¿O será ya el tiempo de salirnos del juego?

 

Habiéndoles propuesto a Daniel Abaroa, Serena Vargas y Fabiola Morales el participar de la acción, decidimos darle inicio juntándonos en una chichería para conversar sobre la misma mientras jugábamos Cacho, pijchábamos Coca y bebíamos chicha. Hay en Bolivia (al igual que en las demás culturas andinas) una tradición de pijchar Coca, de mascarla para obtener fuerzas que les permita a las personas sostener y soportar el esfuerzo del trabajo cotidiano. Pero también este acto de pijchar Coca se vuelve punto de encuentro mientras se comparte una conversación o un juego, y el juego se convierte de este modo en encuentro de personas, y no (como podría ser la TV), en distracción individualizante. El Cacho es un juego de dados muy popular en Bolivia, el cual se juega en algunos bares, pero es aún más frecuente su práctica en las chicherías. La chicha es una bebida alcohólica hecha con maíz fermentado, y dado que el maíz es originario de estas tierras que fueran d(en)ominadas como América, hay en la chicha -a mi parecer- un rastro de resistencia cultural que por generación en generación se ha transmitido y que aún persiste ante el continuo avance publicitario de otra bebida que ha sido traída a estas tierras desde Europa: la cerveza. De este modo, podríamos pensar en una cultura de Bar (con sus músicas y cervezas, donde las personas “van a pasar un tiempo”) y en una cultura de Chichería (con sus juegos de Cacho y chichas, donde las personas “van a encontrarse un tiempo”).

El día que continuaríamos la acción dentro del Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño, escogimos que la misma se realizara en el medio de una piscina cuyo interior se encontraba cubierto por placas de vidrio que a modo de piso traslúcido dejaban una profundidad no mayor a 1 metro y que, al ser llenada con no más de 5 centímetros, daba la impresión visual de que quien por allí caminase lo hacía sobre el agua. En el centro de esta construimos (con periódicos, revistas de moda, manuales escolares, religiosos y libros que han marcado de manera xenófoba y racista el pensamiento dentro de Bolivia) una base de forma cuadrada para que, a modo de basamento físico e ideológico, nos sirviera de “campo de juego”. Una estructura tubular la cruzaba por lo alto permitiendo colgar las bolsas que recibirían nuestra sangre, las cuales (previamente agujereadas) gotearían poco a poco sobre este campo de juego. La chicha (a un lado del basamento y por fuera) nos calmaría la sed cuando la precisáramos y nos aflojaría las tensiones si así aconteciera.

Cada esquina respondía a una orientación cardinal basada en saberes de las culturas andinas según las cuales el Norte está vinculado con el plano espiritual, el Sur con el físico, el Este con el mental y el Oeste con lo emocional, de modo tal que al colocar una silla en cada una de estas 4 esquinas, quien allí se sentara ocuparía una determinada posición en el juego.

Una vez armado el basamento, ingresamos y nos sentamos en las sillas. La enfermera comenzó su trabajo. Uno a una nos fue introduciendo una aguja en el brazo izquierdo para que a través de una sonda nuestra sangre comenzara a llenar las bolsas. No sabíamos con precisión cuanta sangre perderíamos ya que el tiempo de la acción estaría marcado por la duración del juego de Cacho; y como todo juego, nadie puede prever cuánto durará ni quién ganará o perderá (más).

Comenzamos brindando con chicha. Colocamos sobre la mesa de juego las hojas de Coca para que quien así lo quisiese pudiera pijchar. Uno a una fuimos lanzando los dados y anotando los puntos en un papel. Las bolsas se fueron llenando y a medida que el juego fue transcurriendo se hacía más complicado el tirar los dados sin mancharnos con la sangre que se derramaba sobre el basamento. Comenzamos a reírnos con las suertes de cada uno. Nos acompañábamos, compartíamos la chicha y la Coca. Ya no nos sentíamos extraños, y este “sentirse entre” (y no de lado) posibilitó que pudiéramos afrontar juntos los riesgos que esta acción podría acarrearnos. De este modo, acompañándonos hemos podido, ante la sangre que nuestros cuerpos perdían, reírnos, bromear, jugar, compartir, beber, pijchar. Ya no cómo individualidades aisladas, como islas, sino como personas (re)unidas, (re)encontradas.

Al término del juego brindamos por ese encuentro y antes de levantarnos, nos agradecimos por haberlo transitado juntos.

Al día siguiente, Serena –quién cuando era niña había sufrido una fuerte discriminación- me dijo:

- Me siento bien. Hoy me miré en el espejo y me sentí linda.

 


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